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La moda italiana

El 25 de febrero de 1951, con el desfile organizado en Florencia por el conde Giorgini, destinado a un público de nivel internacional, comenzaba la historia de la moda italiana. André Suarès escribía: “La moda es la mejor de las farsas; aquella en la cual nadie ríe, porque todos participan”. El vestir siempre ha sido concebido como expresión de afirmación social, de identidad personal, como importante medio de comunicación de los individuos y los pueblos. También es el lenguaje del deseo: un juego de guiños y emulaciones que representa la evolución de las costumbres, el pudor y el imaginario en el curso del tiempo. En efecto, la motivación erótica es uno de los grandes estímulos en la elección de las prendas. Giorgini hizo renacer el mito de la nobleza, que abre sus palacios a los desfiles, ofreciendo un espacio mítico, áulico, rico en historia, para la presentación de las colecciones. Frecuentemente son las mismas mujeres de la nobleza quienes visten las prendas; las razones son obvias: son ellas -princesas y blasonadas, señoras o señoritas- quienes, gracias a la educación, la tradición y la cultura, saben cómo lucir esas prendas que presentan en los ambientes áulicos de sus mansiones o de los museos, junto a las famosas esculturas que son la imagen misma de la belleza. También el cine ha recibido la influencia de la moda. Es ejemplar el caso del matrimonio de Linda Christian y Tyron Power, en 1949: el vestido de la novia fue elegido en Roma. Esto contribuyó a crear el mito -estereotipado, si se quiere, pero funcional- del País de la belleza, del arte y del amor. El vestido asume una función de talismán: como en los antiguos cuentos, es el elemento mágico que permite la transformación.

En los años ’60 todo cambia: cambian los roles y los estatus sociales; son los años de la rebeldía y de un nuevo impulso industrial. Es comprensible que el vestir -mágico instrumento a través del cual toda mujer comparte e interpreta los mitos de su tiempo- deba transformarse en idea y proyecto. Nacen los modelos de confección en serie, destinados a vestir -con elegancia y a precios accesibles- a las mujeres de medio mundo. Se llega así a la afirmación internacional del Made in Italy, con el triunfo del prêt-à-porter de los años Setenta y Ochenta -cuando el polo de atracción de la moda se encuentra en Milán-, hasta llegar a las nuevas tendencias de estos últimos años, relacionadas con las vanguardias artísticas y los movimientos culturales del Novecientos. De la Alta Moda al prêt-à-porter, de la minifalda a los blue-jeans: la moda evoluciona en una alternancia de estilos, renovándose continuamente.

En definitiva, la moda en Italia se narra como un cuento, porque su función es profundamente distinta a la que cumple en París, Londres o Nueva York. Para los italianos la moda es un instrumento de redención social y, por lo tanto, de ascenso de clase a través del vestir. En otros lugares esto es impensable: más allá de nuestras fronteras, la moda es sólo un instrumento de afirmación del propio estatus.

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